El sol se oculta pronto en invierno y sólo la tasca del perdido
pueblo sustentaba algo de vida. Y allí coincidieron los caminantes. Su
compartida condición de forasteros, sus ganas de comida y bebida tras la marcha
y su curiosidad por saber de hechos acaecidos más allá de las vecinas colinas
que formaban parte de los Montes de Toldoth los reunieron alrededor de una tosca
mesa.
- Nada que valga la pena en la sierra de la Jara.
Inició la noche de conversaciones el joven rubicundo de azulada mirada,
expresión vivaz y gesto mordaz. Vestido con ropas elegantes pero funcionales y
gastadas por el viaje, parecía capaz de galvanizar cualquier ambiente con su
ánimo, distendido y familiar.
- Justo como en éste mismo lugar.
Realizó un gesto disimulado con una mano, intentando abarcar todo la estancia en el que se encontraban, mientras disimulaba una sonrisa burlona
bebiendo de su jarra.
- Y que viniste a buscar, para salir tan decepcionado?
La voz grave sonaba imperativa, aún formulando la pregunta sin darle
atisbo alguno de orden. Tal era el porte del sobrio y sereno del guerrero de
cuidada barba, y ojos grises como el acero de las armas.
- El amor.
El joven rubicundo realizó una pausa teatral, mientras golpeaba la mesa
con su jarra en señal de que requería ser llenada de nuevo. Mientras el
larguirucho tabernero, atento a la menor señal de la clientela que le reportara
beneficio, mandaba a su también larguirucho hijo a que le sirviera más bebida,
el avezado viajero contempló a sus compañeros de mesa, estudiando sus
expresiones, como el buen narrador que observa a su audiencia para conocer su
disposición y así provocar la emoción idónea.
Era un público duro. El guerrero apenas torció levemente el gesto,
mientras que el encapuchado ni tan siquiera varió su postura. Seguía abrazado a
su jarra de cerveza como si de una víctima de enfriamiento abrazada a un cuenco
de caliente caldo se tratara.
- Pero no el amor de una dama, si no una cima cercana que responde a
ese bello nombre. Añadiría que seguramente es lo único bello que tiene el
lugar. Pero no me quedé lo suficiente como para aventurar una opinión. Esperaba
encontrar un monasterio de frailes, famoso por sus brebajes tanto como
por su biblioteca, pero tan sólo encontré piedras chamuscadas y nidos de
cuervos.
El rostro del joven tabernero empalideció.
- El viejo monasterio? Un inhóspito páramo reclamado por los
espíritus...
Se las arregló para santiguarse aún sosteniendo la tinaja desde la que
servía el vino, para luego partir presuroso a retirarse tras la barra. El
encapuchado pareció volver a la vida en cuanto escuchó las palabras del
atemorizado camarero. Se retiró al fin la capucha y su largo cabello negro
onduló libre hasta caer más abajo de sus hombros. Una fina perilla decoraba su
pálido y ojeroso rostro.
- Conozco el lugar. Hace tres o cuatro años que el monasterio ardió
hasta sus cimientos. Y los frailes lo abandonaron incapaces de reconstruirlo.
No hay espíritus allí.
Abrió desmesuradamente los ojos, mirando a uno y a otro, mientras
pronunciaba sus siguientes palabras.
- Si los hubiera lo sabría. Os lo aseguro.
- Y como es eso? -Preguntó el guerrero algo molesto por la precipitada
fuga del camarero cuando él mismo iba a finalizar su jarra. - Tenéis algún
pacto con el maligno que os permite comunicaros con los suyos?
El interpelado se sumió en un incómodo silencio mientras daba ligeros
tragos a su jarra, de la que hasta el momento no había bebido. El guerrero
maldijo entre dientes y se acercó el mismo a la barra a que le llenaran
la jarra vacía, momento que aprovechó el joven rubicundo.
- Mi señor... habláis poco, pero cuando lo hacéis cada palabra vale su
peso en oro.
Haciendo una pausa entre tragos, respondió apenas sin voz.
- Hablando no se aprende tanto como escuchando.
- Curioso poder el de las palabras, las que justo habéis pronunciado os
han convertido en una persona mucho más interesante
El guerrero volvió a su lugar, sentándose pesadamente y señalando con
la jarra al pálido atormentado torció el gesto para preguntar con su atronadora
voz al joven rubicundo.
- Ya habéis descubierto la identidad del brujo? Dios Padre... si hasta
liba como un insecto!
- Vamos... vamos... concededle una tregua, a todas luces nuestro amigo
es un fervoroso servidor del Altísimo, no es cierto? Sin duda tiene una
extraordinaria historia que contarnos sobre sí mismo... en cuanto se acabe la
jarra y tinte de color esas blancas mejillas. Si os parece bien, entre tanto,
contaré yo mismo mi historia.
Como a todo el mundo le pareció bien, o al menos no interpusieron queja
alguna, prosiguió con su historia mientras el guerrero miraba con intensidad al
paliducho de pelo largo, quien parecía ampararse en su jarra temeroso de alzar
la mirada.
- Provengo de las lluviosas tierras del norte. El amo de las tierras
donde nací es el Señor de las Casas de Altamira. Un tipo de lo más tradicional.
De sus cuatro hijos, el mayor, destinado a seguir sus pasos como heredero de su
linaje, recibió una privilegiada educación y mimosos cuidados. El segundo, como
es tradición, fue puesto a cargo de los hombres santos del convento cercano,
para que medrara en la fe y otorgara a la familia una vertiente pía y
devota, que nunca viene mal. Para el tercero la inversión fue menor, pero
recibió un buen entrenamiento en las armas y se le equipó con una excelente
montura, espada y armas de calidad y un blasón por el cual luchar. El cuarto...
recibió el nombre y el apellido... y las ansias de ver el mundo. A vuestro
servicio Rodrigo Sánchez de Ulloa y Moscoso. Como es muy largo, prefiero
Rodrigo de Altamira, ya que como deben haber advertido... no me gusta hablar de más.
- Quién lo diría. -Agitó levemente la cabeza el guerrero, sin poder
ocultar una mueca divertida- Así que sois noble, nada menos.
- Bueno... si la nobleza se heredara de padre a hijo por la pasión en
el momento del fornicio, más que noble sería esclavo. Pero al menos nací varón.
A parte de mis hermanos tengo tres hermanas, bellas casaderas destinadas sin
duda a reforzar con su mano nobles alianzas familiares, y digo mano por no
decir otra parte de su cuerpo más velluda.
- Que dura la vida del noble. -Comentó el guerrero medio en burla- Nada
que ver con la lujosa vida del labriego. Soy el segundo de siete hermanos. Tres
de ellos murieron antes de hacerse hombres. Dos son hembras y los tres
supervivientes se encargan de trabajar los campos del señor de sol a sol. Hace
mucho que decidí cambiar la azada por la espada. Gracias a ello he combatido y
sangrado a lo largo y lo ancho de la península. Por pericia o por fortuna he
matado más veces de las que he muerto. -Sonríe alzando su jarra- Y espero que
así siga siendo por un tiempo.
- Bellas palabras mi señor. Veo que no sólo ejercitáis la espada,
porque vuestra lengua le va a la zaga.
- Un guerrero que se precie ha de mantener afiladas todas sus armas. He
trabajado al lado de religiosos. Ellos educan mi lengua y yo defiendo la suya.
-Vuelve a mirar desafiante al silencioso viajero de largos cabellos- Soy Hugo
Roger de Montfort. He cazado herejes, brujas y sirvientes del demonio por el
tiempo suficiente como para discernir a uno cuando se sienta a mi mesa.
- En la tierra que me vio nacer me conocen como Ádal de Torreminyona.
-Respondió apartando la jarra a un lado el acusado, mientras sus ojos
verdes parecían refulgir como esmeraldas- Aunque tal nombre no signifique nada
en éste lugar. Aquí me conocen como Artal de Cardona.
- Artal... Artal? Sois... Artal Camposanto? -Logró preguntar superando
el pasmo Rodrigo de Altamira.
Artal asintió lentamente, Hugo se humedeció los labios, titubeante,
antes de poder formular palabra.
- Lamento la confusión. Es un honor compartir mesa con vos, pues
ciertamente combatimos en el mismo lado. Vuestra acción en el camposanto de
Toldoth fue loable.
- Pero cómo fuisteis capaz de descubrirlo? Cómo... sabíais que las
hermanas tenían enterrados los cadáveres de todos esos nonatos? -Añadió
Rodrigo, incapaz de refrenar su lengua-
- No es fácil de entender. La iglesia misma lo ha intentado sin éxito.
Y ni yo mismo puedo dar una explicación clara. Mi familia tiene su origen
en una antigua leyenda. La
Torre de la
Minyona de Cardona. Tal vez tenga que ver con la fuerza de la
sangre... o con la debilidad de la mente. No podría decíroslo. Pero lo
cierto es... que en ocasiones los veo. A través del velo... puedo discernirlos.
Seres y criaturas que no debieran ser vistos. Espíritus de los que se
fueron; la dama encerrada en la vieja torre, los neonatos arrastrándose
gimoteantes por el camposanto de Toldoth; la mujer que se cubre las piernas con
una manta, sentada al calor de la lumbre...
Hugo y Rodrigo siguieron la mirada de Artal hacia el fuego que
calentaba la sala, nadie había allí sentado. Se miraron entre ellos, sin saber
a qué atenerse. Artal adivinó el significado de su mirada y con un gesto llamó
al tabernero, quien acudió a regañadientes.
- Servid otra ronda de vuestro vino. Y... mis mas sinceras condolencias
por vuestra pérdida.
- Qué? Qué pérdida mi señor?
En ese momento se abrió la puerta de la tasca, y un hombre de rostro
grave entró, buscando la mirada al tabernero. Se encaminó presuroso a su
encuentro.
- He hecho cuanto he podido. Lo lamento. Vuestra mujer... ha sufrido un fatal accidente. Nuestro Señor la ha reclamado para su Reino en los
Cielos. Mis condolencias.
PERSONAJES:
El trotamundos de afilada lengua
Don Rodrigo Sánchez de Ulloa y
Moscoso; Rodrigo Altamira.
El curtido guerrero
Hugo Roger de Montfort.
El atormentado
Ádal de TorreMinyona; Artal de Cardona;
Artal Camposanto.
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